SIN VUELTAS
Nacho Pautasso
Sofía Rossa – Del 9 de junio al 25 de junio del 2023
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Punkies y sirenas en un mar de tierra: la geografía imaginaria de Sofía Rosa
A mediados de 1956 un periodista de Mundo Argentino se acercó a Rosario atraído por la inusitada expansión que experimentaba la moderna pintura de la región, y, asombrado por su vigoroso movimiento plástico, encabezó su nota con una crítica advertencia a sus congéneres capitalinos: “Buenos Aires se ve a sí misma como una isla que vive acunada por dos océanos. Al Este, el Atlántico, y en las otras tres direcciones, por un mar de tierra, que no es otro que el interior del país”. En ese extenso territorio, que todavía suele pensarse salpicado por poblaciones que viven una existencia aislada y gobernada por un ritmo cansino, está la ciudad de Rafaela. Conocida como la “Perla del Oeste” por sus riquezas materiales y culturales, forma una suerte de triángulo que tiene como extremos otras dos significativas urbes de muy diversos perfiles; no en vano, y en esos mismos años, el escritor Luis Gudiño Kramer sentenciaba en uno de sus libros: “lo que no surge de la Santa Fe colonial aparece en Rosario, la Chicago Argentina”. Precisamente en Rafaela vive y trabaja Sofía Rosa, una creadora que, como otros tantos artistas del presente, desarrolla sus actividades entre estas y otras ciudades. De hecho sentí el poderoso impacto de sus dibujos en una exposición que tuvo lugar en Jamaica, una galería de Rosario, volví a experimentar la misma sensación frente a su envío a uno de los salones organizados por el Museo Castagnino+macro, y finalmente reafirmé esa imantación cuando me reencontré con su ultimísima producción para la muestra de Luogo. De todos modos, así como en Rosario y Buenos Aires Sofía completó su formación artística, expone y participa en salones y premios; en su ciudad natal desarrolla una intensa labor como dibujante, comparte el ritmo de los nuevos espacios dedicados al arte contemporáneo e imprime serigrafías en un taller especializado para artistas. También, y como parte de este perfil polifacético, escribe textos cuyos títulos –Como pienso la muerte un sábado a la tarde, Agenda inútil, Mortadela con miel– muestran una combinación del pesimismo punk con las insólitas yuxtaposiciones del surrealismo. En esos dibujos realizados con bolígrafos, que le permiten incidir sobre leves papeles de moldería, despliega una colección de personajes que ostentan peinados mohicanos y accesorios con tachas, tatuajes y maquillajes estridentes vinculados a una sensibilidad contracultural; personajes similares a que los vi en Buenos Aires, al final de los años ochenta, en el estreno de una película dedicada a la trágica historia de Sid Vicious y Nancy Spungen. Pero en las composiciones de Sofía no encontramos ni a los Sex Pistols, ni a celebridades de vida tumultuosa, ni episodios que merezcan figurar en la crónica policial; por el contrario, amparados por la noche estrellada, pululan “La Gloriosa Banda de las Muertitas”, el “Nene de los 90”, “Mantekita”, los bebedores de “un verano triste”, las chicas “feas y malas”, que a pesar de su aspecto intimidatorio no entrañan maldad alguna. Pero junto a ellos, también bajo el cielo nocturno, se desarrolla otra fantástica antología: personajes con cuernos tendidos sobre el pasto, sirenas que alimentan lobos sedientos, delfines enamorados, hipocampos que arrojan chorros de agua y esqueletos motorizados que dejan una estela flamígera. Dos series, el repertorio punk y el bestiario mítico, que se despliegan geográficamente –y sucesivamente– en Villa Rosas, un barrio otrora periférico y actualmente integrado a la traza de la ciudad en crecimiento, y en Santa Catalina, una suerte de alter ego o versión imaginaria del primero. Así, Sofía pergeña ambos espacios como un conjunto de cuadrículas con casas y edificios, con plazas e iglesias, con fuentes y maceteros con forma de cisnes, con kioscos y carritos de choripanes, en cuyas calles acampan pintorescos cultores del punk o circulan las calaveras con sus motos en llamas para conjurar el vacío cuando la ciudad duerme. De un dibujo a otro, ella enfatiza su fascinación por el mundo nocturno y lunar, con un cielo invariablemente negro y tachonado de estrellas; también declara su apego por Villa Rosas, el sector donde realmente transcurre su existencia, al que pide un abrazo reparador entre la suavidad de los pétalos de la flor homónima y las espinas que prometen sangre. Y como si todo esto fuera poco y porque toda historia tiene su fin, uno de los dibujos augura un futuro. En este, una figura con la cabeza erizada de picos –quizá nuevamente una sirena– se sumerge en el agua invitando a una nueva aventura; porque, tal como reza en el texto que acompaña a la imagen, lo mejor sucede “en lo hondo”. Pero esa inmersión, aún impredecible, ya es parte de otras ficciones, y posiblemente de otras series de dibujos, obstinadamente leves como los pétalos de las rosas y obstinadamente agudos como las espinas que cubren sus ramas.
Guillermo Fantoni / Rosario, mayo de 2023
Nacho Pautasso
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