El pecado inocente

Toti D'Stefano – 1 de marzo al 26 de abril del 2024

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La metamorfosis

Hay un pueblo que se llama Grütly, en Santa Fe, donde se crió Toti Malcon D´Stefano.

Grütly es antiguo, para los parámetros de país nuevo que tenemos. Lo fundaron en 1869. Su nombre se refiere a un suceso de la historia suiza, en el siglo XIII, aproximadamente. En algún momento, las tensiones identitarias entre los colonos provocaron una división interna que lo hizo doble. Hay un Grütly norte y un Grütly sur. Como la célula primordial que se divide para hacer de un óvulo una persona, o dos, en el caso de los gemelos, la vida se ha multiplicado y en su espacio hay ahora cinco monumentos a la madre, lo que da una cuenta de uno cada 200 habitantes.

Esa profusión ha sido desde siempre una inspiración para Toti. Habiendo ya calcado las cinco esculturas, siguió con las estatuas de otros pueblos y en esta muestra podemos ver un milagro que supera las posibilidades de la biología: dos monumentos se unen por la espalda, dos tiempos de la vida materna y de la vida del hijo, en una sola cosa. Como remedando el capullo de un insecto que se prepara para ser mariposa, el artista ha copiado esas formas por contacto directo, ha desprendido luego los moldes-cáscara, y ha juntado a las madres en un Jano, ese dios bifronte que mira al pasado y al futuro. La línea de juntura, ya invisible, es quizás un eco de la línea que une la tierra y el cielo inmensos de la llanura. Esa escala que da miedo, como los ángeles exterminadores que acechan en los maizales, es también materia prima de estos dibujos que escoltan al monumento. Las mujeres de estas imágenes estiran sus cuerpos, intentando proteger a los humanos y sus pequeñas construcciones, de las desgracias que bajan del cielo.

Esas mismas mujeres, embarazadas de criaturas múltiples, corren de un lado a otro, parecen estar en todos lados. Como si fuera poca maravilla que el adn porte toda la historia biológica, cuando una niña nace tiene en sus ovarios la misma cantidad de óvulos que tendrá toda su vida. Es decir que en la panza de una embarazada pueden convivir tres generaciones: la madre, la hija, y sus posibles hijos.

Seguramente hay un tinte biográfico en estas obras. Toti cuenta dos anécdotas significativas: una es que su abuela materna, cuando se casó, no entendía la conexión concreta que hay entre el acto sexual y la procreación. Ella creía que las mujeres quedaban embarazadas de sólo casarse. He ahí un pecado inocente. La otra historia, más compleja, es el origen de los rostros de estas figuras. La mamá de Toti tenía una remera, cuando él era chico, que quedó grabada en su memoria: al frente tres personas o más andaban en una bicicleta múltiple. En la espalda de la remera, un plano cercano mostraba el rostro de una de estas chicas, que era una copia de la Venus de Boticelli. La Venus se parecía a la madre, con sus rulos pelirrojos, y entonces la remera, la madre, las mujeres en la bici, todas le parecían caras de una misma mujer. Persona, representación, frente y dorso, se unieron en el afecto del niño. 

Pero esta obra, como la metamorfosis en la naturaleza, va más allá de la sorpresa infantil. Si las madres portan el pasado y el futuro, al hijo le queda una tarea no menos vital: hacer el presente. Esta es entonces la obra de un hijo, de un hijo artista que sabe, con refinada pericia y sensibilidad exquisita, hacer algo con la muerte, trasmutando el miedo, corriendo los umbrales, peleando graciosamente para crear belleza, ese elemento imprescindible para la vida.

 

Leticia Obeid

Febrero 2024



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2024

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