UN TUPPER LLENO DE COSAS DULCES
Ignacio Olivier
Hugo Albrieu – 1 de marzo, al 26 de abril.
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MIRÉ LA NOCHE Y YA NO ERA OSCURA | HUGO ALBRIEU
Texto: Carlos Stia
La obra raya sobre lo que me obsesiona, sobre las cosas que me gustan. La temática es diversa. Trato sobre los recuerdos, sobre mi provincia, los paisajes, sobre los jardines, las flores, los animales. Juego con el tiempo, el olvido y la memoria. Con lo que me acuerdo y en la forma en que lo recuerdo, siempre con cabeza de niño. El recuerdo es algo nuevo, otra cosa que tiene que ver con lo que vos te querés acordar y cómo.
Las palabras de Hugo resuenan en mí. Me llevan a reflexionar sobre la naturaleza del tiempo (y el espacio) y cómo se manifiesta en nuestras vidas. Especialmente, me llevan a cuestionar cómo los recuerdos y la memoria (y sus formas) moldean nuestra percepción y representación del mundo. ¿Están, acaso, señalando problemáticas fundamentales sobre la naturaleza misma de la representación y la percepción? Pensar sobre nuestras experiencias pasadas nos ancla en un aquí y ahora, a la vez que nos confronta con la complejidad inherente a la idea del presente. Es que el presente se me hace inteligible solo como una abstracción matemática, ese diferencial de tiempo en el que el instante cobra sentido. Sin embargo, el presente necesariamente contiene muchos tiempos. Y, situados allí, experimentamos lo que nos rodea observando a través de una ventana estrecha. Pensar el pasado hace que esa ventana espeje lo vivido (o sido) en otra imagen que emerge: el recuerdo. Y esta emergencia trae consigo la acumulación de tiempos y experiencias. Pero, ¿qué es lo que sobrevive de lo vivenciado? Roberto Echen dice: “lo emergente lleva en sí la paradoja de que colocarse como tal es (ya) empezar a dejar de serlo”.
Y pienso en un artículo de María Guillermina Fressoli sobre la obra de Walter Benjamin. Allí pone de manifiesto la tensión entre los conceptos de recuerdo y memoria. La memoria estaría vinculada con la conservación del pasado –ligada a la historicidad– y el recuerdo, con su “desmembramiento”. En el mismo sentido, destaca que experiencia –asociada al recuerdo– no se traduce simplemente en conocimiento, sino en acción sobre la historia y el presente. Y que irrumpe intempestivamente, vinculando el pasado con el presente ofreciendo una imagen nueva.
Esta tensión entre recuerdo y memoria abriría, entonces, un espacio para repensar las posibilidades de representación; el recuerdo ya se convertiría no solo en fuerza creativa sino también redentora “en tanto es en esa irrupción donde surge la conciencia y la capacidad crítica del individuo”.
Esta demarcación del recuerdo por sobre la memoria adquiriría una nueva dimensión en el contexto de esta muestra. El recuerdo en Hugo surge como una experiencia creativa que conecta temporalidades, ofreciéndonos imágenes nuevas para ser vistas desde una conciencia crítica.
La técnica que empleé es la acuarela. Estaba en la casa de unos amigos muy cuidadosos de sus cosas y no podía pintar ni con acrílicos ni con óleos para no arruinarles los muebles. Y usé acuarelas. Las había usado de niño y nunca más. Con la acuarela no tenés vuelta atrás en el papel, por más que la quieras tapar, los errores quedan.
Es en este punto donde la técnica desempeña un papel central en esta nueva producción de Hugo. El uso de la acuarela no solo tiene un propósito estético, sino que también posee un valor significativo en la manera en que él representa sus recuerdos. En el valor otorgado a la dimensión del objeto y su propia experiencia como sujeto que recuerda. Cito nuevamente a Echen: “ […] la relación sujeto-objeto se construye justamente en el hiato que paradójicamente liga indisolublemente los dos polos: el guion.” De esta manera, la acuarela, se convierte en la mediadora de la representación. La experiencia de pintar es la obra en sí misma, es el proceso de recordar el pasado con una mirada de niño, explorando todos los tiempos. La acuarela, con su transparencia y fluidez, le permite a Hugo recuperar los recuerdos a partir de las manchas y los errores, revelando una mirada interna profunda y liberadora. Y puede hacerlo porque el reflejo de aquellos espejos raros le devuelven, en simultáneo o, quizás, en capas de tiempos diferentes, la imagen de todos los lugares que tanto atesora. Jugar con la mancha y volver sobre ella. ¡Es tan fácil limpiar la casa de acuarela y tan difícil de taparla en el papel!
A mí me obsesionan los colores planos, los colores puros. Mezclar colores con las acuarelas y que queden translúcidos no es una imagen que me represente. Entonces usé acuarelas pero con muchas capas, funciona más como gouache que como acuarela, me dice.
Busca los planos y juega con los complementarios. Y recuerda. Y su paleta no cambia. Quizás algunas piezas sean un poco más oscuras y otras no presenten esos complementarios tan característicos de su producción, por más que a veces los neutralice con un tierra o con un gris. Su obra es el color. Y la imagen es ingenua porque sus recuerdos son ingenuos, al menos eso afirma. Y desfilan los paisajes de La Rioja, las lágrimas negras y las flores. Y las montañas que lo protegen y le permiten mirar hacia arriba e imaginar cosas que suceden en el cielo y, en este juego de opuestos, también aquellas que podrían ocurrir debajo de la tierra.
Y nuevamente la acuarela como medio para permitirse la desprolijidad y darse cuenta que le hace bien. De hecho, el acto de recordar no es lineal ni cronológico. Y en la mancha, las aguadas, el error y su paleta fauvista, Islandia se funde con La Rioja, con Ginebra y con algún jardín escondido de Londres. Recuerdos felices de viajes solo, con la mirada ingenua de ese chico que aún es y que hoy pinta sin reparos. Elige las acuarelas y alguien podría pensar que sigue siendo el mismo. Pero si miramos mejor, podremos darnos cuenta que ninguno de nosotros es como era antes. Hugo tampoco. Hoy nos permitimos jugar y divertirnos. Seguimos siendo esos jazmines livianos, espejos raros, marcianos y tantas otras cosas pero desde una conciencia liberadora. Ahora podemos flotar, bailar como los unicornios, reconciliarnos con los reflejos, tomarnos una nave espacial y orbitar sobre todo aquello que nos gusta o nos hace bien.
En última instancia, Hugo no solo nos invita a contemplar sus recuerdos sino a viajar junto a él y reflexionar sobre nuestra propia relación con el pasado y el presente, sobre nuestras propias experiencias y la capacidad de acción sobre nuestra historia.
Durante el viaje, levanté la cabeza y miré la noche, ya no era oscura. Era de lentejuelas.
C. R. Stia
Rosario, Febrero 2024
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